La imaginación habita en una caseta de jardín. Muchos escritores han encontrado refugio en estos pequeños espacios para concentrarse y producir sus obras literarias. Desde el estudio en el cobertizo de bicicletas de Dylan Thomas, ubicado en un acantilado en Gales, hasta la "choza gitana" de Roald Dahl, escondida en el jardín de su casa en Great Missenden, el galpón del jardín sirve como un santuario para la libertad creativa. Dahl contó con la ayuda de Wally Saunders, un constructor local que fue la inspiración para el personaje del Gran Gigante Bonachón, para construir su cabaña. Explicaba que le servía para escapar de un hogar ruidoso lleno de niños y aspiradoras. La cabaña se convirtió en su refugio, un lugar donde realmente podía sentirse a gusto y sumergirse en el mundo mágico de sus historias. Siguiendo una rutina muy específica que involucraba afilar exactamente seis lápices amarillos y limpiar cuidadosamente las virutas de goma de su escritorio portátil de madera, Dahl se sentía listo para un largo día de trabajo a solo unos pasos de la vida cotidiana.
Sin embargo, fue George Bernard Shaw quien llevó este concepto un paso más allá al concebir no solo un escondite primitivo, sino también una estructura performativa íntimamente conectada con su entorno. Su cabaña le brindaba tanto soledad como la cercanía a la naturaleza, reflejando sus ideales de un estilo de vida saludable y apreciación por la vida al aire libre. Escondida detrás de los árboles en el jardín de su propiedad en Hertfordshire, esta construcción cúbica de madera abarcaba apenas seis metros cuadrados, con espacio solo para una cama y un escritorio. Tres ventanas en el frente y una en la parte trasera aseguraban una conexión visual con el exuberante verdor del exterior. Curiosamente, Shaw llamó a la cabaña "Londres" para que su esposa no tuviera que inventar excusas para visitantes inesperados, ya que podía afirmar honestamente que el autor se encontraba precisamente en Londres. Sin embargo, la característica más distintiva de la cabaña era el ingenioso mecanismo giratorio instalado debajo de ella. Shaw estaba decidido a disfrutar del sol constante, por lo que cada pocas horas salía de la cabaña y la giraba manualmente para maximizar la luz solar directa que ingresaba por las ventanas. Esta práctica no solo permitía una exposición óptima a la luz del día y un control de temperatura, sino que también servía como ejercicio físico efectivo para mantenerse en forma.
Así, la cabaña de escritura trasciende su papel como un simple refugio. Sirve como un artefacto que conecta el ámbito cerrado de la creatividad con el mundo externo de las contingencias cotidianas. El cobertizo de jardín se convierte entonces en un refugio para la imaginación, al tiempo que funciona como un agente que armoniza la mente y el cuerpo, el yo y la naturaleza.